CARTAS A LA LUNA
Tiempo de amor y pasión. Hemos soñado, sufrido y proyectado juntos. Infinidad de noches han presenciado nuestro cariño, abrazos, besos y caricias. La felicidad de saber que el amor precede nuestros actos nos unió en lo más profundo de nuestros corazones. Los proyectos vitales han coincidido y nuestro compromiso ha dado sus frutos; dos hijos preciosos, inteligentes y guapos. La familia ha crecido y el orgullo de conseguir nuestros sueños nos llena de felicidad. No fue un camino fácil, pero el amor todo lo puede y después de unas décadas parece que todo anda viento en popa y que nuestros hijos, nuestra economía y nuestra devoción incondicional florecen. O eso parecía, pues el amor de pareja es todo menos incondicional. Miles de proyectos de amor se rompen en un abrir y cerrar de ojos y se pasa “de te quiero más que a mi vida” a la sala del juzgado, mirándose recelosos a los ojos a ver quién se queda con los niños.
¿Qué pasó con el amor?, ¿acaso no era verdadero? El amor de pareja es amor condicional, te quiero si me quieres, muy distinto al amor que se tiene por los hijos que es incondicional. Un hijo no es a nuestro gusto, ni está hecho a medida, ni se escoge. En cambio, la pareja se elige de entre los modelos disponibles y, al igual que un coche, cuando ya no cumple con las expectativas se tira y a otra cosa quiricosa. Eso sí, arrasando con todo lo vivo, que como ya no nos queremos, que te den, que tu vida ya no me importa. Que te quiero, sí, pero lejos y sin que te lleves nada, que tengo que rehacer mi vida. Triste pero cierto. Los sueños de amor quedan lejos de todo aquel que experimentó el desengaño consecuente de no pasar la ITV del supuesto amor.