Estaban los seres humanos sentados cerca del fuego, era de noche y la luna se escondió por el horizonte poco después del sol. Inmersos en el universo, empequeñecieron al observar el inmenso espectáculo. Era tan enorme, que el silencio les hizo escuchar su humildad. Había tantas estrellas que se quedaron petrificados pensando si era fuego lo que también iluminaba esos puntitos celestes. Por aquel entonces no existía contaminación lumínica, ni atmosférica, no existía ningún aparato eléctrico y menos todavía electrónico. No existía la civilización, ni la religión, ni la política. Los seres humanos eran uno más entre todos los seres vivos del planeta. Sin fronteras, sin normas. Eran libres.
Era un tiempo de libertad, duro pero apasionante. Suficiente conciencia para recordar, proyectar y prever, le daban a tan extraña criatura ventaja sobre los demás seres del planeta, pero también más angustia y dolor.
En ese escenario donde todo estaba por descubrir surgió la imaginación y, para vencer el dolor, las creencias; creencias de tal extraña condición que si las escucháramos por primera vez, nos partiríamos de la risa. Creer que una piedra tiene un ente en su interior con poder o que, el fuego tiene voluntad propia o que los animales vienen y van por orden divina, no suena tan raro porque estamos acostumbrados a oírlo.
Las creencias han reinado a sus anchas durante toda la historia de la humanidad. Dioses, mitos y poderes varios han controlado las masas y las vidas de todos los seres humanos que han existido hasta la actualidad.
Pero los asombrosos seres humanos no se contentan con poco, pues la misma imaginación creadora de criaturas fantásticas y amigos imaginarios, combinada con el sentido común, genera la fórmula magistral denominada ciencia.
El fuego, el mar, las nubes, la muerte, el viento, el comportamiento, los árboles, todo es para una mente científica un fenómeno natural susceptible a ser estudiado.
El estudio de los fenómenos naturales con el método científico ha conseguido iluminar la noche.
Las creencias solo provocan hambruna.
Sabemos que las cosas caen, sabemos que el fuego calienta y sabemos que existe el átomo.
Pero no sabemos qué hacemos aquí.
Sabemos que la astrología es un fenómeno observable, pero no sabemos qué lo provoca.
Y si finalmente todo termina con la muerte, nada de esto tiene sentido.¿Seríamos más felices sin tanta conciencia? Quién sabe. Mejor creer que no.
Solo sé que no sé nada.
Albert Plaboada.